miércoles, octubre 15, 2014

Casa Del Norte

La tarde se tornaba calurosa y seca. El clima del norte, del desierto atacameño es así. Dormir la siesta es lo habitual, para volver a las actividades diarias cerca de la puesta del sol.
La casa de adobe se agradece, con sus cuartos frescos y silenciosos que permiten un descanso reparador.
El reloj marca las tres de la tarde, no corre brisa alguna, se siente un silencio pesado, abrazador.  De pronto comienzo a percibir un ruido subterráneo, un leve movimiento me despierta del todo.  La madera comienza a quejarse y los vidrios a tintinear. Me levanto de prisa y al incorporarme comienzo a tambalear.  La tierra se mueve como culebra, todo va a parar al suelo y no hay nada que se resista al movimiento ondulante que nos acompaña.

Logro alcanzar la puerta de calle, intento abrirla y veo que está trabada. Al parecer cedió la pared y ahora quedó aprisionada entre sus muros.

El ruido es infernal, no hay nada en su lugar y no logro mantenerme de pié. Comienzo a gatear hasta la otra punta de la sala, en donde está la puerta trasera que da al patio del parrón. Logro abrir la puerta y vislumbro, entre el polvo, que el parrón está en el suelo, la parra desmayada con todos sus racimos esparcidos por el patio. Yacía como muerta la pobre parra que creció con todos nosotros y fue cómplice de todas las fiestas familiares que se hicieron bajo su sombra.

El movimiento continua, parece eterno. Siguen cayendo cosas a mi alrededor y yo no logro incorporarme. Me acerco al tronco central de la parra que esta a unos cinco metros de la salida y decido quedarme ahí contemplando el apocalipsis a mi alrededor. En ese momento pensé que esto era acabo de mundo. Que nos íriamos la parra y yo al mismo tiempo.

Crecimos juntas, nos vamos juntas.

Se me cruzaron mil imágenes de hechos vividos en esa casa. La gente con la que compartí en ese patio y cómo se fue transformando con los años.

Recuerdo mis primeros amores y las fiestas que se hicieron en la época del toque de queda, impuesto por la dictadura militar. Bailábamos con desenfreno al son de "Los Iracundos",  grupo musical, que nos hacía la vida muy divertida y las noches traspiradas de sudor y calores hormonales.

El primer beso fue bajo la parra, un beso experimental que me dejó mas sensación de asco que de placer.  No entendía cómo podía ser placentero recibir la enorme lengua, de otro ser, dentro de mi pequeña boca!  Lo único placentero fue, sentirme adulta del todo. Ya sabía lo que eran "los besos con lengua" eso marcaba un antes y un después en la vida de cualquier jovencita de la época.

El ruido y el movimiento comenzaron a ceder y dieron paso a una polvareda siniestra que no dejaba ver a mas de dos metros.  En ese momento reaccioné que la vida continuaba y el acabo de mundo no era tal. Logré incorporarme, de pié pude percatarme del desastre por doquier. Todo estaba en el suelo y cubierto de un color café, por la tierra que se levantó.

Se escuchaban ruidos en las casas vecinas y uno que otro objeto, volvía a acomodarse luego de la gran sacudida.

Logré abrir la reja trasera de casa y salir a la calle, todo era desorden y caos, los perros ladraban asustados y los vecinos tenían cara de haber visto un fantasma. Nos reunimos todos en la calle,  cada cual contaba su experiencia de lo vivido y parecía que hacían competencia de quien había tenido mas pérdidas en sus hogares.  La verdad es que no quedó vidrio sin quebrarse y vajilla en pié.
Nuevamente será necesario reponer todo y el hipermercado se verá favorecido con las pérdidas nuestras.

Lo claro es que nadie falleció que la vida continúa y seguiremos sin hablarnos con nuestros vecinos hasta el próximo remezón.

¿De que magnitud tienen que ser los remezones en nuestras vidas para que algo de ellas cambie?


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