En el campo hacíamos un circuito de bicicletas en una ciudad imaginaria. Había carreteras, peaje, farmacia, almacén, estación de servicio y casas. Cada habitación de la casa, era el departamento de una de nosotras. Nos invitábamos a tomar el té y conversábamos acerca del comportamiento de nuestros hijos (muñecas de diferentes tamaños).
Todos teníamos nuestros roles, unos atendían el almacén, otros el peaje, etc.
El dinero era del Monopoly y el almacén era la despensa de mi madre, que estaba en un gran armario en el lavadero. Vendíamos a través de una ventana que tenía rejas, en donde sacábamos las cosas del armario y las ofrecíamos a los ciclistas.
Era una gran ciudad, la carretera iba desde la casa grande hasta el taller mecánico, incluyendo una bajada que nos parecía la cuesta que llevaba a la capital.
Los hermanos menores atendían la gasolinera y el peaje y los grandes volábamos en nuestras bicicletas por el sendero demarcado con unos álamos gigantescos.
Hoy, cuando tomo la bicicleta para hacer algunos trámites por la ciudad, me viene el cosquilleo de estómago de estar con 9 o 10 años jugando a que era grande. Hoy, de grande, siento que la vida es un juego que no hay que tomárselo muy en serio ni darle aires de gravedad.
Vuelvo a sentir esa levedad de alma que me hace sentir inmensamente feliz.
Me echo al bolso la ciudad y avanzo veloz con mi bici a terminar los mandados del viernes para poder jugar a ser niña el fin de semana que viene.
1 comentario:
Lindos momentos que se esfumaron.....pero que dejan un recuerdo puro y alegre
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