El viernes 17 de febrero partimos a acampar a la cordillera de la VII región con mi hijo menor, mi padre, su señora y mi hermana con su hijo menor. Todo partió a las siete de la mañana en que nos levantamos para cargar la camioneta con las monturas, víveres y sacos de dormir. El viaje desde Astillero hasta el Médano es como de 2 horas. Allí nos esperaba un arriero con los caballos para comenzar la subida por el valle hacia el cajón cordillerano donde están los animales pasando la temporada de verano.
El viaje es maravilloso, entre ríos y quebradas profundas, con un cielo azul que contrasta con los infinitos colores de los cerros cordilleranos. La naturaleza en todo su esplendor, con su increible magia me transportan a la esencia de mi propia alma. Rincones maravillosos, superficies tan diferentes unas de otras. Toda la gama de colores pintados en esos parajes. Lo único que se puede hacer es respirar profundo y mirar la magestuosidad que inunda todo rincón. Vivimos tres días con casi nada y fuimos tan felices. Rodeados de animales y helechos, de ríos y quebradas al calor de un bracero y compartiendo un mate. Lo que había en abundancia era risa y alegría de vivir. Era esa risa que brota desde la guata, esa que muestra a la niña interna en todo su esplendor.
Me lavé en el río con la intención de bautizarme en sus aguas y poder purificar mi alma en presencia de tanta belleza. Se puede ser feliz con tan poco y es tanto a la vez. La cordillera está llena de accidentes geográficos y todos tienen su razón de ser. Es necesario que el agua haga su trabajo en la tierra para encontrar su camino al mar. Los accidentes me parecieron mis propias crisis y pude ver con tanta naturalidad que estos tienen su sentido. No son crisis, son oportunidades para que se manifiesten otras facetas escondidas debajo de aquella capa de musgo. Todo en la cordillera convive con tanta armonía y se puede ver heterogeneidad por doquier. Sin embargo todo es paz y silencio. En la noche, es tal la oscuridad de este cajón que el cielo nos regaló todos sus astros iluminados. En la mañana aparece el sol a las 10, por lo cerrado que es el cajón. Sale el gran astro y te das cuenta de lo rápido que gira la tierra al ver la sombra como se arranca a una velocidad increible.
Todo está allí, las enseñanzas se te regalan en cada rincón, en cada respiro. Se habla poco y se siente mucho. Todo se siente en cámara lenta y con una intensidad profunda y embargante. Estar allí me genera la necesidad de darle gracias a Dios de permitirme compartir con mi padre en este escenario tan magestuoso. Es un hombre de 76 años que conserva las ganas de subir a ese rincón cordillerano a compartir con sus hijos y sus nietos. Me siento una privilegiada al poder vivir un momento así en estas vacaciones. Viejo, mi querido viejo, admiro tu positivismo y tus ganas de vivir desde la simpleza del contacto con la naturaleza.
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