Las mujeres solemos hacer redes de ayuda. Van desde llamar a una amiga para que se haga cargo de los niños, pasando por la compra del supermercado, que nos preste un vestido para la fiesta o que nos escuche nuestro dolor cuando estamos desesperadas. Siempre existe aquella amiga dispuesta a salvar la situación.
Nos apoyamos, nos escuchamos, lloramos juntas, nos consolamos y nos sentimos parte de esta gran tribu que son las redes femeninas de apoyo. Las conversaciones de alma se pueden dar dentro de un supermercado, en la cocina o en el baño y no solo ayudamos, sino que también, a través de la ayuda, nos engrandecemos como personas ya que aprendemos de la experiencia por la cual está pasando nuestra amiga.
Los hombres no entienden este proceso de redes que vivimos las féminas, ellos no necesitan andarse desnudando con los amigos. Son amigos porque comparten una cancha de football o una pega común, pero no los unen los dolores o las identificaciones de alma que experimentamos las mujeres.
En mi proceso de separación, en donde sentí mucho dolor, mis amigas fueron de una ayuda fundamental. Saber que uno puede llamar a cualquier hora y que acudirá a escucharte es algo que te permite pararte en la vida con unas espaldas mucho más anchas que las que tiene tu cuerpo adolorido. Sabes que no estás sola, sabes que puedes recibir un buen consejo o una mirada más fresca y limpia de la situación que estás atravesando.
Hagamos redes de apoyo y traspasemos el legado que nos dejaron nuestras madres y abuelas. Las mujeres construimos redes horizontales, apoyadas en las transversales que cada cual lleva con tanta dignidad y orgullo. Enseñemos a nuestras hijas a construir su entorno apoyadas en sus redes transversales. Traspasemos nuestro legado para que este de sus frutos en las futuras generaciones.